jueves, 4 de diciembre de 2008

TRUCO, RETRUCO Y ¡TANGO!

Escribe Walter Ernesto Celina

Citaré algunos nombres de personalidades literarias del ámbito platense que han desenvainado espadas para hablar del tango. No siempre a favor.
Tengo el recuerdo fresco de Fernán Silva Valdés. En los libros de lectura del ciclo escolar sus versos cantaban al entorno del campo y al colorido de los pájaros. Adolescente ya, lo descubrí como autor de la letra de “Clavel del aire”, con música de Juan de Dios Filiberto y la interpretación máxima de Carlos Gardel.
Cursando secundaria, un día apareció Líber Falco y, más adelante, Jorge Luis Borges. Eran tiempos en que Pablo Neruda inundaba los espacios. Marcaba las preferencias juveniles cuando con sus 20 poemas exaltaba a la mujer y, con las odas y otros versos, cantaba a un mundo nuevo.
Quizás en esto radicaba la gran diferencia con el Borges próximo, sobre el que nos interrogábamos.
El maestro argentino formaba parte de una rueda casi habitual, que nos seguía como la sombra al cuerpo, bajo la advocación gardeliana.

En poemas de harina y agua, Líber Falco había escrito:
“Yo nací en Jacinto Vera” (Qué barrio Jacinto Vera/ ranchos de lata por fuera/ y por dentro madera); “Tengo un atajo en cielo” (Tú, muchacha, y mis amigos,/ todos iremos del brazo) o “Fuera locura pero hoy lo haría” (Atar un moño azul en cada árbol/ ir con mi corazón de calle en calle./ Decirle a todos que los quiero).
Y en la intimidad, estampaba su tango “Tardecita”, con estrofas musicalizadas por Domingo Bordoli, Casto Canel y Fernando Falco:
Es muy lindo llegar/ cuando el sol ya declina/ volver de nuevo a la esquina y ponerse a soñar./ Vuelto de tardecita/ me esperaba un querer; mate amargo, dulzura, mujer!
Sobre “El compadre”, Fernán Silva Valdés había dado algunos trazos descriptivos:
Vestía pantalón a la francesa/ con un vivo negro;/ zapatos de taco alto,/ anillo en el meñique,/ sombrero requintado y pañuelo al cuello.
Y en “El tango” apuntaba:
Tango:/ por entre la cadencia de tu música queda/ yo palpo la dureza viva del arrabal,/ como por entre una vaina de seda/ la hoja de un puñal.

Con título homónimo, Jorge Luis Borges hilvana en un himno epopéyico:
Una mitología de puñales/ lentamente se anula en el olvido;/ una canción de gesta se ha perdido/ en sórdidas noticias policiales./ Hay otra brasa, otra candente rosa/ de la ceniza que los guarda enteros;/ ahí están los soberbios cuchilleros/ y el peso de la daga silenciosa.
Enrique Amorim, poeta y novelista salteño, me había sido presentado por su amigo Rodney Arismendi en el Parlamento, unos años antes del 60, en que falleciera. Su poema “Retruque” a Borges me decepcionó:
Turbia ralea despreció a la mina/ y a la costurerita y se burlaron/ (aquellos que mejor te cultivaron)/ del sin trabajo, al sol en una esquina. Tango de los reacios al horario,/ de los socios del tango haraganote./ En lento conformismo sin Quijote/ ablandaste el acero proletario.

La respuesta vino, en tiempo y forma. De entre las filas en que militaba el ilustre Amorim, en el Diario “El Popular”, en el Nro. 84 de 1958, Juan José López Silveira le ofrece extensa réplica.
Explica: “En sus orígenes, consentidos unánimemente entre el 80 y el 90, el tango careció de letra. Después, a principios del siglo XX, su canción fue himno entonado, es cierto, a las hazañas de una “turbia ralea” de prostitutas y ladrones, cuyo ambiente vital eran los burdeles de Buenos Aires o Montevideo."
Más adelante subraya:
“Claro está que el tango no es proletario, ni pudo serlo en su origen, por razones obvias.” Y apunta: “Los desclasados, del modelo rioplatense, fueron, en cierto sentido, trabajadores que actuaban y vivían en el sitio que les dejó libre la burguesía.”
Sostiene:
“La expansión urbana, con la mezcla y la proximidad de gentes antes separadas, determinó también una amplia dispersión temática en los motivos inspiradores de las letras de tango.”
Recuerda:
“Los nuevos temas pretendieron abarcar todos los aspectos de la vida ciudadana y presentar “una inconexa y vasta comédie humaine de Buenos Aires”, según dijo, precisamente Jorge Luis Borges.”
Remarca, en otro pasaje:
“Entre el primero y el último tango corrieron, no en balde, más de 70 años” (ahora, muchos más). Aquellas “minas se convirtieron en fabriqueras” y los “hijos del taita pidieron trabajo al capataz gringo”.

Jorge Luis Borges levanta su cabeza y, con los dedos en el teclado de Astor Piazzolla, en “Alguien le dice al tango”, rememora:
“Tango que he visto bailar/ contra un ocaso amarillo/ por quienes eran capaces/ de otro baile: el del cuchillo... Tango que fuiste la dicha / de ser hombre y ser valiente”.
Vuelan las notas después en “Jacinto Chiclana”:
“Me acuerdo, fue en Balvanera,/ en una noche lejana,/ que alguien dejó caer el nombre/ de un tal Jacinto Chiclana./ Algo se dijo también/ de una esquina y de un cuchillo./ Los años no dejan ver/ el entrevero y el brillo./ Después: “Me gustaría saber/ cómo habrá sido aquel hombre./ Alto lo veo y cabal, con el alma comedida; capaz de no alzar la voz/ y de jugarse la vida...”

En el juego realidad-imaginación, el sociólogo Prof. Daniel Vidart escribió hace cuatro décadas:
“El vencedor mira sin odio al caído, limpia el cuchillo en la suela de la alpargata bigotuda y se va, sin saber adónde, a ninguna parte, esto es, derecho al tango, rumbo a la crónica de los guapos que sustituye, en el Río de la Plata, a la verdadera historia.”