sábado, 7 de marzo de 2009

CARRIEGO, EN LAS MEDIANOCHES DE PALERMO

Escribe Walter Ernesto Celina


Por el empedrado sinuoso de las veredas de Palermo, Evaristo Carriego cruza el barrio en las noches apacibles y cuando los brillos de luna salpican los charcos y la lluvia se afina. Va y viene de las redacciones en que se escriben “La protesta”, “Ideas” o “Caras y caretas”.
Anima los cenáculos que se encienden en locales en que el pensamiento libertario moviliza la cultura y la política. Sus manos sostienen pliegos de tinta fresca. Los leerá en míticas mesas de cafetines, en que se arremolinan noctámbulos sentimentales y soñadores.
¿Qué está naciendo del filo de su pluma, estremecida por una fiebre extraña y corrosiva?
Jorge Luis Borges ha sostenido que si “Esteban Echeverría fue el primer espectador de la pampa, Evaristo Carriego fue el primer espectador de los arrabales.”
Nacido en 1883, fallece en 1912, marcando un surco hondo en la germinación del verso popular. Su mirada nostalgiosa cae sobre los actores del suburbio, como la tuberculosis, implacable, sobre él.

Tal como lo ha analizado Borges “no hubiera ejecutado su labor sin la vasta libertad de vocabulario, de temas y de metros que el modernismo deparó a las literaturas de lengua hispánica, de este y del otro lado del mar...” Y tras destacar lo que lo estimuló y le fue adverso del modernismo, agrega: “Una buena mitad de “Misas herejes” consta de parodias involuntarias de Darío y de Herrera. Más allá de esas páginas y de las lacras eventuales de las que quedan, el descubrimiento, llamémosle así, de nuestro suburbio define el mérito esencial de Carriego.”

Las imágenes del entrerriano de Palermo son simples, ingenuas, antes no utilizadas. En el poema “En aquella vez que vino tu recuerdo” alguien ha dejado el hogar: “La mesa estaba alegre como nunca./ Bebíamos el té: mamá reía.../
Estábamos así, contentos, cuando/ alguno te nombró, y el doloroso/ silencio que de pronto ahogó las risas...”
La escena se repite en “Caperucita Roja”, que se nos fue”. Plantea los efectos de la ausencia de otra mujer: “...La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa/ muchacha de otros tiempos. ¡Eras habilidosa/ que todo lo sabías hacer con esas manos...!”
En “Como un deslumbramiento...”, exalta los encantos femeninos, presagiando el momento en que “revienten las yemas donde el placer anida”.
Borges, buceando en la evolución y los matices de la composición pionera de Carriego, advierte cómo llega “...a lo que no es injusto llamar la poesía de la desdicha cotidiana, de las enfermedades, del desengaño, del tiempo que nos gasta y nos desanima, de la familia, del cariño, de la costumbre, y casi de los chismes.” Y el maestro concluye con este aserto: “Es significativo que el tango evolucionara de un modo paralelo.”
En “Después del olvido” pareciere que el poeta -obrando como el verdadero precursor que fue-, se le adelantara a Pascual Contursi (el de las memorables letras “Mi noche triste” y “De vuelta al bulín”), cuando escribe estas estrofas: “Porque hoy has venido, lo mismo que antes,/ con tus adorables gracias exquisitas,/ alguien ha llenado de rosas mi cuarto/ como en los instantes de pasadas citas.” Y más adelante: “Y porque al fin vuelves, después del olvido,/ en hora de angustias, en hora oportuna,/ alegre como antes, es hoy mi cabeza/ una pobre loca borracha de luna!”.
Hacia el antiguo Palermo de piedras adoquinadas, en el que estampara su paso Evaristo Carriego, convergieron las musas que inspiraron los versos “La cumparsita”, “El esquinazo”, “Volvió una noche”, “Los mareados”, “La mariposa”, “Nostalgias”, “Milonguita”, “El patio de La Morocha”, “Romance de barrio” y tantos tangos más. Rodean para siempre a “El último organito”, testigo vivo de un tiempo que anuda la historia del arrabal rioplatense.