
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Balada para mi muerte. Horacio Ferrer(letra)
Astor Piazzolla (música)
Como en los orígenes del tango, las habaneras mecieron la cuna de Eladia Blázquez.
Le bastaron a la niña arrullos de acento andaluz, un piano de juguetería y las cuerdas de una guitarra de siete pesos para subir a los sueños y escenarios, desde el barrio laborioso de Avellaneda.
De la música que encendía la nostalgia española, giró para el ancho y vital folklore argentino y latinoamericano, portador del acento multicolor de nuestra geografía. Exploró, asimismo, el campo melódico. Intérprete vocal y autora de músicas y letras, maduró para un verbo con vocación de expresión clásica: el tango.
De sus letras dimana una sustancia lírica que levanta la admiración de los Manzi, Cátulo Castillo, de los Expósito, entregándonos la siempreviva perfumada que Discépolo hubiera querido dejar en sus versos.
Su talento confirió al tango un reverdecimiento literario y la posibilidad, a intérpretes de valía excepcional como Ruben Juárez o Susana Rinaldi y a orquestas del porte de la de Osvaldo Pugliese, de motorizar y acompañar instancias muy renovadoras.
Sólo queriendo de alma la música -que es uno de los medios de comunicación más maravillosos construidos por el hombre- pudo crecer el tango, un objeto amado, que funde y amalgama las raíces rioplatenses, expandiéndolas sin límites de fronteras. Esta forma musical original supo no abroquelarse y guardó su savia íntima. Por venas abiertas incorporó nuevos recursos. Así ganó en atributos desafiantes de belleza, nostalgia, dramatismo y sensualidad. De este saber tuvo cabal convicción Eladia Blázquez, siguiendo los pasos de otros preclaros constructores. Estos, habían indagado y abrevado en otras experiencias, para exaltar lo nuestro.
Sin duda, su personalidad restalla con letras imperecederas. En “Contame una historia”, de 1969, ella produce la música para el trabajo de Alfredo M. Iaquinandi, quien pide: “Contame una historia distinta de todas;/ un lindo balurdo que invite a soñar./ Quitame este olor a mufa de verme por dentro/ y este olor a muerte de mi soledad…” Anticipo de desventura, toda la composición guarda un encuadre premonitorio.
Eladia Blázquez no oculta su humanismo intenso, ni su compromiso ético cuando formula “Honrar la vida”.

En “Sueño de barrilete”, de 1960 -primer tango de la autora siguiendo el apunte siempre preciso del Maestro José Gobello-, aparece su veta discepoliana: “Desde chico yo tenía en el mirar/ esa loca fantasía de soñar,/ fue mi sueño de purrete/ ser igual que un barrilete/ que elevándose a las nubes/ con un viento de esperanza sube y sube./ Y crecí en ese mundo de ilusión,/ y escuché sólo a mi propio corazón,/ más la vida no es juguete y el lirismo es un billete sin valor.” Desarrolla la idea, surge la peripecia y estalla, concluyendo: “Hoy me aterra este cansancio sin final,/ hice trizas mi sonrisa, mi ideal,/ cuando miro un barrilete/ me pregunto: ¿aquel purrete dónde está?”
Quizá, acompañando a Astor Piazzolla -quien con su música colgó el tango en los rascacielos-, le corresponda a Eladia Blázquez el honor de haberle cantado al barrio de los barrios, la ciudad, su Buenos Aires, la ciudad megaurbanizada, donde aflora y se cobija el suburbio universal. En “Tu piel de hormigón” le rinde un tributo imperecedero: “En la fachada un cartel/ y el eco fiel de un bandoneón” es una figura simbólica, únicamente asociada al tango. La polis, tras su dureza, guarda un emblema que la aproxima al individuo: “Bajo tu piel de hormigón, arena y cal, tu corazón…”, como para diluir una “tristeza de andén”, la que, justamente, suscita la añoranza de algo querido Que se va consumiendo en el espacio. O que se espera, como con la ilusión de la esperanza. Y, para subrayar la fidelidad del tango al lugar de pertenencia: “Mi Buenos Aires de hoy/ lo que soy te lo doy/ si lo querés.” Un acto pleno de entrega ofrecido, además, en una grabación personal, que es una manifestación impar, sólo comparable a “Mi Buenos Aires Querido”, de Gardel y Le Pera.
Más será con el Maestro Raúl Garello que en 1975 estrenará una obra de excepción, que eriza la piel y apresura el pulso: “El Corazón al Sur”.
Vayan ahora, en algunos de sus versos, el homenaje a la poetisa del tango contemporáneo:
"Nací en un barrio donde el lujo fue un albur,
por eso tengo el corazón mirando al sur.
Mi viejo fue una abeja en la colmena,
las manos limpias, el alma buena.
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Mi barrio fue una planta de jazmín,
la sombra de mi vieja en el jardín,
la dulce fiesta de las cosas más sencillas
y la paz en la gramilla de cara al sol.
Mi barrio fue mi gente que no está,
las cosas que ya nunca volverán,
si desde el día en que me fui
con la emoción y con la cruz
¡yo se que tengo el corazón mirando al sur!"
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El clásico español Jorge Manrique sentenció en una poesía que resiste los tiempos: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar,/ que es el morir”.
En las ciudades en que el cemento se hermana con el acero para buscar el cielo, en lo duro e íntimo de cada mole, seguirán latiendo los versos de Eladia. Vendrán con la suavidad de las viejas habaneras y en ríos de silbidos surcando Avellaneda y ese barrio único en que cualquiera de nosotros es capaz de mirarse y morir.
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