jueves, 15 de octubre de 2009

UN TESORO DE BANDONEONES Y LONJAS

Escribe Walter Ernesto Celina

Fue en los suburbios, maduradores de la pobreza, y en los conventillos urbanos de la inmigración, en que el dolor latía como para desequilibrar la esperanza, que nacieron unos pequeños racimos sonoros. Con el valor de un instinto de sobrevivencia, suavizaban la vida dura de entonces. Eran, apenas, pasajes fugacísimos: una danza, unas estrofas cantadas o un ritmo.
Con el leve perfume de las madreselvas, se fueron agarrando al alma de sus protagonistas. Y como todas las creaciones que vienen de la raíz popular, estallaron en sus inicios con la modestia de los festejos grupales.
El tango y el candombe recortaron sus perfiles, tras sus respectivos tránsitos históricos de aceptación y apoteosis social.
Y, lo que a nivel rioplatense tratándose del tango, y especialmente montevideano, en relación al candombe, pudieron ser considerados bienes culturales constitutivos de una identidad regional, reservarían derecho a adquirir dimensiones de trascendencia.
Tras desarrollarse y crecer, las dos formas traspusieron los puertos que las amparaban. Cruzaron fronteras propias y ajenas. Plasmaron artes de valoración superlativa.
La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) enroló a ambas expresiones musicales en los listados del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
En 1972 la entidad había definido el concepto de patrimonio cultural, el que fue adoptado en la Convención de la materia, en 1975.
Siguió la elaboración acuñada por el antiguo derecho romano. Patrimonium es lo que se hereda de padres a hijos. La noción fue trasladada a monumentos y paisajes naturales, poseedores de valores universales excepcionales, alcanzando los enfoques histórico, artístico y científico.
Desde 1990 la UNESCO trabajó la idea de salvaguardia del patrimonio no tangible, oral o inmaterial. Una nueva Convención, en 2003, alcanzó un enunciado preciso y conformó medidas protectivas.
El patrimonio inmaterial abarca “las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y habilidades, así como los instrumentos, objetos y artefactos, los espacios culturales asociados con los mismos, que las comunidades, los grupos y, en algunos casos los individuos, reconocen como parte de su legado cultural.”
A partir de las peticiones formuladas por las municipalidades de Buenos Aires y Montevideo, el tango entró en la lista de bienes no tangibles protegidos, lo mismo que el candombe, cuya matriz uruguaya no excluye algún matiz porteño. Como contrapartida, la declaración supone la preservación de los atributos de los bienes salvaguardados por parte de las autoridades nacionales competentes.
El espaldarazo que el comité intergubernamental, reunido en Abu Dhabi (Emiratos Árabes), acaba de dar al tango y al candombe pone en el podio de los homenajes perdurables a los cantantes, músicos, coreógrafos, bailarines, compositores, po
etas y custodios de estos tesoros vivos de nuestra cultura.

Esplende el cofre musical. Fluyen los sones añejos de los tambores de la negritud y corporizan las telas de Pedro Figari. De los rescoldos del tiempo, llegan las coplas criollas que cantaron a la independencia y al gauchaje bravío. Y las que en ramillete se armaron, desembocando un día, en los versos que Villoldo estampó sobre una música de Saborido, para inaugurar con La morocha el más asombroso derrotero.
Carlos Gardel condensa, consolida y deja las puertas abiertas para un inabarcable futuro. Cual malvón de orilla, un “lo que vendrá” -avizorado por los De Caro, Troilo, Pugliese y Piazzolla- está en floración.
Suenan las lonjas. Se estremecen las guitarras y los bandoneones.
12.10.2009

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