miércoles, 28 de noviembre de 2012

LOS ATRIBUTOS DE “EL LEÓN DEL NORTE”


Escribe Walter Ernesto Celina
24.11.2012

Un jurado presidido por el reputado investigador Prof. Dr. Guillermo Dighiero e integrado por gente de la cultura nacional acaba de conferir el Gran Premio a la Labor Intelectual 2012 a dos personalidades notorias: Washington Benavídes en letras y Rodolfo Gambini en ciencia.
El galardón se discierne cada tres años a quien o quienes se hayan destacado a lo largo de su vida por actividades de especial relevancia para el país.
Conviene recordar quién es quién, para después ingresar a un terreno inédito, cual será la faceta distintiva de la nota.

Cambio el orden arriba enunciado para establecer que Rodolfo Gambini es licenciado de la Facultad de  Ciencias de la Universidad de la República y doctor en Física Teórica en la Universidad de París XI  e Instituto Henri Poincaré. Ejerce en Uruguay como profesor titular de la Facultad de Ciencias y dirigió el Programa para el Desarrollo de las Ciencias Básicas (PEDECIBA), entre 2001 y 2008. Forma parte de las Academias de Ciencias Exactas y Naturales de Buenos Aires, de Ciencias de América Latina y de Ciencias del Tercer Mundo. En su especialización, la teoría de los campos cuánticos, unificación de la relatividad general y la mecánica cuántica, se le reputa como autoridad mundial. Es autor de más de 110 publicaciones científicas.
Washington Benavídes, por su parte, fue  profesor de literatura en la  enseñanza media y universitaria y de arte; crítico, ensayista y maestro. Músico y poeta, con un gran caudal de libros editados. El primero de ellos, “Tata Vizcacha”, vio luz en Tacuarembó en 1955. A los pocos días, los ejemplares fueron requisados y quemados en la plaza principal por una horda inquisitorial.¡Había cometido el pecado de satirizar a políticos de la localidad! Lo demás, fue macartismo puro.
Su pluma registró temprana aparición en la mítica revista mercedaria “Asir”, del venerado círculo compuesto por Lockhart, Peduzzi, Klinger y Bordoli.
       No fue casual que en el período militar coadyuvara a la vigorización del “canto popular”, una de las expresiones de afloración de la resistencia democrática
Sus poemas cobraron fuerza viva en voces como las de Zitarrosa, Darnauchans, Viglietti, Moraes, C. Benavídez, Larbanois-Carrero y otros.
Bajo el imperio de las sombras, entre 1973 y 1984, la vieja Radio Nacional, CX 30, que fuera de Don Miguel Svirsky, iluminaba como un faro. José Germán Araújo amparó a periodistas abnegados y valientes. Y, como nadie en aquel Uruguay, jugó un papel principalísimo. Con José Germán estaban Efraín Chury Iribarne, Alfredo Percovich, Milton Schinca y más.

No conocía al Prof. Benavídes, salvo por su fama de buen docente y poeta inspirado. En la aproximación al núcleo radial, Chury estimuló mi participación. Pasé a cooperar en un programa de comunicaciones jocosas. Nos ingeniábamos para poner entre col y col y con cuidado alguna expresión de aliento libertario. Fue cuando en unos cruces amistosos, estallaron contrapuntos a los que como duelista se integró Washington Benavídes, con enorme manejo de estilo. Fraternamente lo bautizamos como “El león del norte”, en alusión a sus tesituras bravías de sus retruques chispeantes. 
Chury Iribarne, hace un par de años me dijo: “¿Te acordás cuando aquel mediodía azuzamos al “León del Norte” y se vino para la radio? ¡Cómo se apasionó!”
Nadie estaba de fiesta. El asunto era poder hacer algo estimulante. No nos veíamos siquiera las caras. Mi hijo Ernesto Camilo, escolar, llevaba las misivas al campo sitiado de “la 30”. Cada cual, a su modo, hacía lo que tenía que hacer.
Benavídes, más que el talentoso poeta, era el ciudadano. No en vano en su solar y en la capital lo han distinguido con la nota de “ilustre”, que por todo bien merece.
El autor de “Tata Vizcacha” hace unos días volvió a su querida comarca y a la plaza del terrible agravio. Agradeció el homenaje público. Recibió un ramo rebosado por el aroma de los jazmines del país. Al retirarse, en silencio, encaminó sus pasos y lo  depositó donde las llamas habían consumido sus letras.
El ciudadano, como siempre, estaba honrando sus fueros Y los de todos.


domingo, 7 de octubre de 2012

VIVALDI Y PIAZZOLLA JUNTOS EN EL TEATRO “SOLÍS”


Escribe Walter Ernesto Celina
walter.celina@adinet.com.uy  - walter.celina.hotmail.com -19.09.2012

Un repertorio inusual, de auténtica jerarquía artística, unió a dos compositores separados por un tiempo de dos siglos y medio.
Las 8 Estaciones  llegaron al Teatro “Solís” transportadas por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, de Buenos Aires.
Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi (1678-1741)  y las Cuatro Estaciones Porteñas de Ástor Piazzolla (1921-1992) no se conjuntaron por un golpe de azar.
Tienen un prolegómeno muy interesante. La fusión de las dos obras musicales había excitado la imaginación del experto musicólogo ucraniano Leonid Desyatnikov, director del Teatro Bolshoi, de Moscú. Pero fue Mauricio Wainrot, director del ballet porteño, quien en el año 2000 encontró, en Amberes (Bélgica), un disco compacto con las 8 Estaciones. La grabación correspondía al violinista Gidon Kremer. El hallazgo fascinó al coreógrafo, quien se dio a la labor de diseñar una danza moderna, armonizada con las dos notables partituras.
Sobre aquella interpretación, montó el espectáculo que moviliza unos treinta bailarines de ambos sexos, más maestros en técnicas clásicas y modernas, coreógrafos asistentes, videístas e iluminadores y una plantilla de otros especialistas. El equipo cuenta, como directora asociada, con la prestigiosa figura de Andrea Chinetti.
Eludo enunciar el impresionante currículum profesional de Wainrot. Destaco la movilización constante de una hora y diez minutos en que el elenco, de modo casi perfecto, realiza bellísimos movimientos. Ora trasuntando la intensidad de los tiempos en que Vivaldi como Piazzolla aplican sus soberbias energías, ora desatando inolvidables tersuras melódicas.
La Primavera vivaldiana -con su allegro inicial- abre el juego, siguiéndoles, por este orden: los Veranos, el de Piazzolla y el de Vivaldi; los Otoños, primero el porteño y luego el itálico; después los Inviernos -en igual forma- y, finalizando la Primavera, con toda la compañía, en un momento fulgurante.
La temática signada por este Opus 8, desde el nuevo milenio había imantado a la Orquesta de Cámara de la Scala de Milán, la que llevó estos sonidos a varios países europeos.
Ahora el ensamble del Teatro San Martín rompió aquel molde, con este trabajo pionero.
Incluidos en 1725 dentro de la antología El desafío de la Armonía y de la Invención, los cuatro conciertos de Vivaldi son considerados pilares de la música clásica. El compositor describe en estas piezas fases de la naturaleza que aluden a los despertares y se tensan en las hostilidades. Las Cuatro Estaciones Porteñas de Piazzolla se escribieron entre 1964 y 1970. Reúnen elementos propios del tango, ritmos de jazz y acentos clásicos. Si la música es un bien universal, digamos también que esta contribución bonaerense, universaliza la emoción y magia de lo rioplatense.-