martes, 1 de junio de 2010

PULSACIONES TANGUERAS

UN DANZARÍN PARA “LA MOROCHA”
Nota 2

Escribe Walter Ernesto Celina

waltercelina1@hotmail.com – 24.05.2010

La morocha es una emblemática pieza tanguera de la Guardia Vieja. Su autor musical es el uruguayo Enrique Saborido. La letra corresponde al porteño Ángel Villoldo.
Data de 1905, apenas precedido en 1903 por El porteñito, del mismo Villoldo (aunque se conjetura que su letra pudiera haber sido escrita por su divulgador Alfredo Eusebio Gobbi).
Tempranamente, París los llevó a cruzar el Atlántico.
Ateniéndonos a uno de sus versos, digamos ahora algo sobre esta morocha “de mirar ardiente”.

En torno a su nacimiento, enseña el sapiente José Gobello en sus biografías:

La historia de La Morocha ha sido muchas veces contada, con detalles diferentes que no comprometen la veracidad general. La cosa fue en la Navidad de 1905, en el Bar Ronchetti (de Reconquista y Lavalle), apeadero de niños bien, donde era familiar la bella figura de la tonadillera uruguaya Lola Candales.
Habría sido esta dama quien estrenó La Morocha, después que Ángel Villoldo pusiera versos cupleteros (aunque inspirados en un poema de Orosmán Moratorio) a la melodía de Saborido. Luego, Flora Rodríguez de Gobbi incluyó la pieza en su repertorio e, igual cosa hizo otra tonadillera de aquellos años, Lola Menbrives, que devendría una de las actrices más importantes de la lengua española.

Sobre nuestro compatriota Saborido, anota Gobello en un pasaje: Hizo una carrera un poco distinta a la de otros creadores del tango. Por lo pronto, fue bailarín y profesor de baile, con academia propia, de modo que cuando el tango dominó París, hacia 1910, el joven pianista se contó entre los primeros docentes que abrieron academia… (Mujeres y hombres que hicieron el tango. Librerías Libertador. Bs. As. 2002).

El compositor Pintín Castellanos, en obra citada en nota anterior, sostiene que el tango de Enrique Saborido fue la verdadera semilla de nuestra danza en Europa, así como por ser él un experto bailarín, con cortes y quebradas. Agrega que, a la vez, desenmascaraba a muchos “profesores” que a la postre resultaban rioplatenses del Volga, del Hudson, de Venecia, o del Sena.

Las clases altas quisieron, también, conocer las destrezas coreográficas del músico y danzarín uruguayo.
Castellanos acota que, en más de una ocasión, el autor de La Morocha tuvo el placer y el honor de bailar el tango frente a soberanos. Parte inseparable de la historia que Carlos Gardel y otros entrañables artistas populares repitieran, sin vallas ni fronteras.
Con fuerza, un siglo después, hay mujeres que, como la de la canción, le cantan con dulce emoción al pampero, a la patria amada y al fiel amor.
Para las horas de su mejor regocijo, ellas reciben el abrazo milonguero de Enrique Saborido.



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PULSACIONES TANGUERAS

¡EN PARÍS, HACE UN SIGLO!
Nota 1

Escribe Walter Ernesto Celina
waltercelina1@hotmail.com – 22.05.2010

En una cita con que el Maestro José Gobello ilustra el tango ¡Araca, París!, de los uruguayos Carlos César Lenzi y Ramón Loro Collazo, se destaca el furor que, hacia 1912, despertaba nuestra música en la Ciudad Luz.
La columna Tangoville, aparecida en L’Ilustration (París 16.08.1913), indica: Se ha instalado como dueña de todos los salones de la buena danza. Agrega luego: Ha conquistado nuestra lengua, que le abrió de inmediato los tesoros de su gramática. “Voulez-vous tanger? (¿Bailas?; ¿Quieres bailar?; ¿Tangueamos?; ¿Quieres bailar tango?, traducción W.E.C.)”, se interrogaba del modo más natural en los bailes… (Todo Tango. Pág. 44. Ed. 2009. Bs.As.).

El querido Pintín Castellanos -con quien tuve el honor de compartir diálogos en amables tertulias-, autor de la milonga La puñalada, inmortalizada por el director orquestal Juan D`Arienzo, recordaba aquel momento histórico del tango.
En su libro evocativo Entre cortes y quebradas, en el comentario La locura del tango en París, asegura que los lugares, modas, expresiones y, hasta la manera de caminar de muchas parisienses, mostraban claramente la influencia del tango.
En 1914 un periodista argentino, que desde la capital francesa regresa a su tierra, da cuenta de las repercusiones del tango. Este es un fragmento del relato aportado por Pintín:
Habíamos estado en la Avenida de las Acacias, cuyas aceras estaban concurridas, cuando mi compañero me llamó la atención, hacia una mujer joven, hermosa, con un traje que le envolvía las piernas como exiguo chiripá. Después de observarla un instante, mi amigo y yo miramos asombrados: ¡No había duda! Aquella apuesta muchacha imitaba el paso, medio en puntas de pie, con el encogimiento de hombros y en su enpaque y su andar, los modos característicos de nuestra plebe orillera.

Surgirían en este instante cenital los vestidos tangó, los bares tangó, los restaurantes tangó. ¡La locura!, exclama el pianista montevideano. (Pág. 64 y sgtes. Ed. 1948. MVD)

Como el más dulce puñal, el tango embriagaba la sensibilidad francesa y diseminaba en Europa el embrujo de la música, la danza y el canto rioplatense.
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