domingo, 18 de abril de 2010

GOBELEANDO 2010-04-15

MEMORABLE BALADA TANGUERA
Nota 5
Escribe Walter Ernesto Celina
waltercelina1@hotmail.com – 16.04.2010

Sobre la década de los años 50 del siglo pasado el tango experimentó el sacudimiento que le impuso Astor Piazzolla. El virtuuso músico argentino había contactado muy temprano con Carlos Gardel, siendo el pibe en una escena de El día que me quieras.
Recuerda José Gobello, en Todo Tango, algunos momentos gravitantes de su formación y aquellos nucleamientos orquestales que levantaran resistencias y aplausos: el Octeto Buenos Aires y, después, el Quinteto. Cita nombres señeros de músicos integrados a la corriente renovadora: Enrique Francini, Roberto Panssera, Horacio Malvicino, Atilio Stampone, Antonio Agri, Oscar López Ruíz y el inolvidable Cacho Tirao.

Suministrando datos, a propósito del tema Balada para un loco, sintetiza: "Es a partir de 1969, luego del estreno de la operita María de Buenos Aires, con textos de Horacio Ferrer, que comienza a recorrer el camino del reconocimiento popular, a través de su mayor éxito ligado al tango: Balada para un loco.”

En nota aparte ingresaré a consideraciones más amplias sobre el gran músico marplatense.
En esta instancia recordaré al uruguayo Ferrer, su amigo entrañable, con quien trabajara en la simbiosis autoral.

En una nochecita primaveral, creo que en 1957, los mercedarios Enrique Pedro Haba Müller, Mario Prunell Celina y yo abrimos la puerta roji-negra de una de las últimas casas de la calle Soriano, en Montevideo, y descendimos a un amplio sótano, fresco y medianamente iluminado.
Con nerviosismo Horacio Arturo Ferrer y otros amigos del Club de la Guardia Nueva acondicionaban los bancos en aquella cueva y testeaban las conexiones de los equipos de audio. Iba a comenzar una de las habituales audiciones sabatinas de música de tango.
En los intermedios se dialogaba en grupos. La unanimidad estaba sobreentendida en Gardel. De Caro, Troilo, Pugliese sumaban prestigios. Allí lucía el partido de los admiradores incondicionales de Piazzolla y Salgán. Vardaro acumulaba votos y no faltaban las menciones a los últimos contactos con el Dr. Luis Sierra, cónsul de la entidad en Buenos Aires.
Ferrer oficiaba como secretario y a la vez, dirigía la revista Tangueando, con importantes artículos de la cultura musical rioplatense. Con el pseudónimo de Horacus, trazaba los perfiles caricaturescos de músicos pioneros. Este estudiante de arquitectura, nacido en Montevideo en 1933, gozaba de la compañía, entre otros, de mi estimado amigo Jaime Bareika (entonces estudiante de medicina e integrante de la FEUU), del entrañable tangólogo Boris Puga, del músico Nicolás Pepe, de los arquitectos Jorge Seijo y Carlos Vallarino, del pintor Mario Arroyo, del periodista Horacio Loriente.
Pese a estas vivencias, mi amistad fue con el poeta y periodista Eduardo Ferrer, hermano de Horacio.
Por entonces, Horacio Ferrer hacía por hizo periodismo tangófilo y, en alas de esta inspiración, comenzó a construir letras, abrazándose con pasión a la generosa Buenos Aires, tan porteña y oriental.

De 1969 data esta hermosa página, a la que Astor le puso su refinada música:

BALADA PARA UN LOCO

(Recitado)
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos…
Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. ¡Te reís…! Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo…

(Cantado)
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor…¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste… ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a develarte el corazón.

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad…
¡Ya vas a ver!

(Recitado)
Salgamos a volar, querida mía;
subite a mi ilusión supersport,
y vamos a correr por las cornisas
¡con una golondrina en el motor!
De Vieytes nos aplauden: ¡”Viva! ¡Viva!”,
los locos que inventaron el Amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.
Nos sale a saludar la gente linda…
Y loco -pero tuyo-, ¡qué se yo!:
provoco campanarios con la risa,
y al fin, te miro, y canto a media voz:

(Cantado)
Quereme así, piantao, piantao, piantao…
trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení!, volá, vení!

Quereme así, piantao, piantao, piantao…
Abrite los amores que vamos intentar
la mágica locura total de revivir…
¡Vení, volá, vení! ¡Tra-lai-la-larará!

(Gritado)
¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
¡Loca ella y loco yo…
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loca ella y loco yo!

**


domingo, 11 de abril de 2010

GOBELEANDO 2010

URUGUAYOS EN EL ITINERARIO BS.AS.-PARÍS
NOTA 4
Escribe Walter Ernesto Celina

waltercelina1@hotmail.com – 18.03.2010
Ramón Collazo
Ciertos aspectos de la cultura rioplatense muestran la intensa mancomunidad que las ha signado, por encima de divisiones político-institucionales.
Como no podía ser de otra manera, ello se manifiesta en expresiones de firme acento popular.
Si de música se trata, no puede soslayarse el aporte uruguayo al enraizamiento del tango.
A poco que se aprecie el texto de ¡Araca, París!, escrito en 1930 e inmortalizado por la voz de Carlos Gardel, nadie sospecharía que su intensa ambientación porteña tiene origen en fuente uruguaya, tanto en letra como en música.

El maestro José Gobello lo incluye en el libro de letras y antecedentes que vengo comentando, con citas de interés.
Sobre sus autores, sintetiza: Letra de Carlos César Lenzi, comediógrafo y diplomático uruguayo; música de Ramón (El loro) Collazo. Carlos Gardel lo grabó el 4 de noviembre de 1930.
Efectivamente, ambos fueron importantes referentes del espectáculo.
Lenzi, en 1925, había creado con el destacado músico compatriota Edgardo Donato, A media luz, composición que recorrió el mundo, cuyos sugerentes versos permanecen en la memoria colectiva (¡Qué suave terciopelo, la media luz de amor!).
Sus prolíficos antecedentes lo vinculan al cenáculo Tabaré, con Fernán Silva Valdés, Yamandú Rodríguez y Julio B. Mendilaharsu. La revista y el teatro lo contaron entre los suyos, con otro montevideano, Ángel Curotto. Luis Cluzeau Mortet musicalizó su composición lírica La copa de los montes. El ascético Miguel de Unamuno ponderó sus Poemas. Traducido al francés, recogió la crítica elogiosa de Jean Cassou. Amigo de Gardel, aparece con él en una foto tomada en Niza.
Ramón Collazo fue una figura central del carnaval uruguayo a partir de 1920, en el que se proyectó con la famosa Trouppe Ateniense, de la que surgiera la Oxford. El tango Adiós mi barrio, de su autoría (Viejo barrio que te vas, te doy mi último adiós…), fue grabado con esta agrupación, recordada por su contrapunto con Un real al 69, inspirada por Salvador Granata, cuyos tenores dejaran memorables recuerdos.
Collazo tenía una excelente formación musical, adquirida en el Instituto Verdi. Formó su orquesta en Buenos Aires, grabando para Odeón. Uno de los primeros filmes nacionales, Soltero soy feliz, lo tuvo como autor musical y actor.
En su homenaje, el Teatro de Verano del Parque Rodó, en Montevideo, ágora de las carnestolendas, lleva su nombre. Había inspirado, también, a conjuntos no olvidados como Parodistas de chocolate y Momento musical.
Recuerda Gobello la popularidad que el tango había adquirido en París hacia 1912. Trae a colación una nota de L’Ilustrattion, de agosto de 1913.
Extraigo estas líneas de la cita gobeleana: “Al mismo tiempo que se ha instalado como dueño de todos los salones de la buena danza, ha conquistado nuestra lengua, que le abrió de inmediato los tesoros de su gramática: “¿Voulez vous tanger?” (¿Quiere/s tanguear?; los rioplatenses decíamos: ¿Baila?, ¿Bailamos? Y, ahora, al tutear ¿Bailás? WEC), se interrogaba del modo más natural del mundo en los bailes de invierno y de la primavera…”

Otra gragea, más acá en el tiempo, Gobello la ubica a mediados de 1922, en un comentario que en La Razón efectúa Enrique Gómez Carrillo, a propósito de los calificativos manejados por La Revue Mondiale ante la entrada triunfal de nuestra música en la Ciudad Luz: “…baile de salvajes y de negros, sin gracia, inmoral, corruptor, peligroso.”

En ¡Araca, París!, tan nuestro por uruguayo y por porteño, el gigoló, retorna a su lugar de origen, tras su aventura picaresca, trocando su ilusión por un ¡Salute, París!

¡ARACA, PARÍS!
Piantá de Puente Alsina para Montmartre/ que todos me batían pa’ m’engrupir./ Tenés la pinta criolla p’acomodarte/ con la franchuta vieja que va al dancing./ ¿Qué hacés en Buenos Aires?
¡No seas otario!/ Amurá esas milongas del Tabarís./ Con tres cortes de tango sos millonario…/ ¿Morocho y argentino? ¡Rey de París!
¡Araca, París!/ ¡Salute, París!
Rajá de Montmartre,/ piantate, infeliz./ Si vas a París/ no vas a morfar./ No hay minas otarias/ y hay que laburar./ Volvete p’al barrio y tendrás milongas,/ milongas diqueras/ que saben amar.
¡Araca, París!/ ¡Salute, París!/
Rajá de Montmartre;/ ¡piantate, infeliz!
Agarré tren de lujo, loco ‘e contento,/ -Bon soir, petit. Je t’aime, tu es mon cocó-/ con una gorda tuerta con mucho vento/ que no me dio ni medio y me amuró./ Tiré la bronca y guapo, pa’ darme corte,/ un tortazo en la ñata se le incrustó./ Comisaría, jueces y un pasaporte…/ Y terminó mi historia de gigoló.

**