INTRODUCCIÓN
El maestro José Gobello preside la Academia Porteña del Lunfardo. Es, sin duda, el analista más erudito y relevante en aspectos principales de la historia del tango, la bella y nostalgiosa música que define tantos elementos comunes de la identidad de argentinos y uruguayos.
Biógrafo profundo de letristas, compositores e intérpretes, suministra desde hace décadas páginas imprescindibles de este capítulo de la música universal.
Los riquísimos antecedentes que ha recopilado permiten la valoración más exacta de lo que la UNESCO ha reconocido como patrimonio cultural de la humanidad (2009).
El maestro José Gobello preside la Academia Porteña del Lunfardo. Es, sin duda, el analista más erudito y relevante en aspectos principales de la historia del tango, la bella y nostalgiosa música que define tantos elementos comunes de la identidad de argentinos y uruguayos.
Biógrafo profundo de letristas, compositores e intérpretes, suministra desde hace décadas páginas imprescindibles de este capítulo de la música universal.
Los riquísimos antecedentes que ha recopilado permiten la valoración más exacta de lo que la UNESCO ha reconocido como patrimonio cultural de la humanidad (2009).
Su Todo tango –Letras de tango que cuentan historias (Ediciones Libertador – Buenos Aires) es una joyita de divulgación de la poesía de la ciudad.
Con esta obra, que apenas tiene un año, Gobello entra, con la puntillosidad del investigador avezado, en los archivos de una época signada por los perfumes del percal, los sueños de amor y vida y ciertas desesperanzas esclarecedoras.
El autor presenta datos cronológicos, autores y hechos, en una síntesis no exenta de referencias sociológicas y literarias.
Mis notas tangueras de 2010 las inicio con una breve serie que nominaré Gobeleando, en honor al eximio tanguista argentino, elaboradas en base a sus aportes singulares.
Por lo dicho, ir al encuentro de José Gobello es un verdadero privilegio.
Con esta obra, que apenas tiene un año, Gobello entra, con la puntillosidad del investigador avezado, en los archivos de una época signada por los perfumes del percal, los sueños de amor y vida y ciertas desesperanzas esclarecedoras.
El autor presenta datos cronológicos, autores y hechos, en una síntesis no exenta de referencias sociológicas y literarias.
Mis notas tangueras de 2010 las inicio con una breve serie que nominaré Gobeleando, en honor al eximio tanguista argentino, elaboradas en base a sus aportes singulares.
Por lo dicho, ir al encuentro de José Gobello es un verdadero privilegio.
UN RECUERDO CON MELANCÓLICOS DEJOS…
La expresión A pan y agua se interpreta como una condición inherente a la bohemia, en ese salto efímero consistente entre lo que se goza y se pierde, abriendo paso a la soledad y, aún, al abandono.
La frase puede aludir a la punición con que las policías bravas castigaban a un detenido, privándolo de la alimentación corriente.
La frase puede aludir a la punición con que las policías bravas castigaban a un detenido, privándolo de la alimentación corriente.
La música del tango A pan y agua fue compuesta en 1920 por Juan Carlos Cobián (1899-1953).
Cabe establecer que fue un pianista excelso y renovador del tango. Formó parte de las orquestas de Genaro Espósito y Eduardo Arolas. Integró la suya, la que también fuera dirigida por Julio de Caro. Son de su autoría: Nostalgias, Niebla del Riachuelo, La casita de mis viejos, Shusheta, Los mareados y otros).
Enrique Cadícamo le aportó versos benévolos. Manifiesta Gobello que fue registrada para el disco en octubre de 1945, por un binomio que dejó huellas imborrables: el que integraran el vocalista Ángel Vargas con el director orquestal Ángel D’Agostino.
Cadícamo instala la escena en el viejo Palermo de entonces, en los recuerdos de las noches de verbena, en un amor y en un tango que viene de lejos a acariciar mis oídos, como un recuerdo querido, con melancólicos dejos.
He tenido oportunidad de escribir citando al entrañable Evaristo Carriego, tan respetado por Jorge Luis Borges. Los pasos de ambos surcaron el barrio bonaerense al que vuelve Cadícamo.
Don José Gobello rescata, para sus anotaciones sobre A pan y agua, algo de la prosapia palermitana, que matiza con pinceladas de Borges.
Fragmentariamente, de lo uno y lo otro, extraigo dos pasajes.
Dice Gobello: “El barrio de Palermo, nacido como una cuña de la pampa introducida en la ciudad, se extendía por los bajos y anegadizos terrenos ubicados entre el pueblo de Belgrano y el límite norte de la ciudad, que entonces no llegaba más allá de la Recoleta. No hay acuerdo sobre el origen de su nombre; algunos lo atribuyen al propietario de una chacra llamado Juan Domínguez Palermo, que se instaló en el lugar allá por 1600. Otros pretenden que se deriva de la advocación de una capilla que se erigía en las actuales esquinas de Las Heras y Malabia, donde se veneraba a San Benito de Palermo.
Este sector de la ciudad recibió un notable impulso cuando Juan Manuel de Rosas construyó una mansión, que rodeó de jardines y de un canal, por donde se podía navegar en bote entre hermosos cisnes. Sus opositores denominaban a este sitio la Versailles del Plata, en comparación sarcástica con la Versailles francesa, por la fastuosidad de la construcción y el absolutismo de quien lo habitaba…”
El siguiente segmento pertenece a Jorge Luis Borges (Buenos Aires, mi ciudad – Eudeba 1963): “Palermo era una despreocupada pobreza. La higuera oscurecía sobre el tapial; los balconcitos de modesto destino daban a días iguales; la perdida corneta del manisero exploraba el anochecer. Sobre la humildad de las casas no era raro algún jarrón de mampostería, coronado áridamente de tunas…
Hacia el poniente había callejones de polvo que iban empobreciéndose tarde afuera; había lugares en que un galpón del ferrocarril o un hueco de pitas o una brisa casi confidencial inauguraba malamente la pampa. O si no, una de esas casas petisas sin revocar, de ventana baja, de reja -a veces con una amarilla estera atrás, con figuras- que la soledad de Buenos Aires parece criar, sin participación humana visible. Después: el Maldonado, reseco y amarillo zanjón, estirándose sin destino desde la Chacarita y que por un milagro espantoso pasaba de la muerte de sed a las disparatadas extensiones de agua violenta, que arreaban con el rancherío moribundo de las orillas. Hará unos cincuenta años, después de ese irregular zanjón o muerte, empezaba el cielo: un cielo de relinchos y crines y pasto dulce, un cielo caballar.
Ahí se entristecía Palermo, pues las vías de hierro del Pacífico bordeaban el arroyo, descargando esa peculiar tristeza de las cosas esclavizadas y grandes; de las barreras altas como pértigo de carreta en descanso, de los derechos terraplenes y andenes. Una frontera de humo trabajador, una frontera de vagones brutos en movimiento, cerraba ese costado; atrás, crecía o se emperraba el arroyo. Lo están encarcelando ahora: ese casi infinito flanco de soledad que se acavernaba hace poco, a la vuelta de la truquera confitería La Paloma, será reemplazado por una calle tilinga, de tejas anglizantes…”
A PAN Y AGUA
Música: Juan Carlos Cobián, 1920 – Letra: Enrique Cadícamo, 1945
En mi triste evocación/ surge el tiempo que se fue./ ¡Cuántos años han pasado/ y parece que fue ayer…!/ ¿Dónde está la que amé…?/ ¿Dónde está la que olvidé…?/ El recuerdo me entristece y anochece en mi corazón…
Viejo Palermo de entonces/ hoy regresas a mi mente…/ ¡Cuántos amigos ausentes/ como yo recordarán/ esas noches de verbena,/ esas noches de alegría,/ y este tango que se oía/ entre copas de champán…
(Hablado)
A pan y agua…
Tango que viene de lejos/ a acariciar mis oídos/ como un recuerdo querido/ con melancólicos dejos…/ Tango querido de ayer,/ ¿qué ventarrón te alejó…?/ Junto con ella te has ido/ y hoy la trae tu evocación.
En mi triste evocación/ surge el tiempo que se fue./ ¡Cuántos años han pasado/ y parece que fue ayer…!/ ¿Dónde está la que amé…?/ ¿Dónde está la que olvidé…?/ El recuerdo me entristece y anochece en mi corazón…
Viejo Palermo de entonces/ hoy regresas a mi mente…/ ¡Cuántos amigos ausentes/ como yo recordarán/ esas noches de verbena,/ esas noches de alegría,/ y este tango que se oía/ entre copas de champán…
(Hablado)
A pan y agua…
Tango que viene de lejos/ a acariciar mis oídos/ como un recuerdo querido/ con melancólicos dejos…/ Tango querido de ayer,/ ¿qué ventarrón te alejó…?/ Junto con ella te has ido/ y hoy la trae tu evocación.
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Muy interesante el desarrollo y la mención a Recoleta. Un saludo.
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